— Mira, te llamo porque me han dicho que lo curas todo sólo con nutrición y estoy desesperada. Mi hijo tiene alergias desde hace cuatro años, pero cada año es peor y este año ya, lo que me faltaba, tiene alergia al sol, mi niño.
Le di cita rápidamente, porque si un niño pequeño tiene alergia al sol, su salud puede estar en peligro por no sintetizar vitamina D.
Cuando llegaron a consulta, la señora y su niño, me recordé a mí misma que no tenía que dar nada por sentado.
El niño era un hombretón de veintidós años, metro noventa y unos cien kilos.
Pero entiendo, claro. Le saco dos cabezas a mi madre y aún soy “su pequeña”.
Ya fuera de mi sorpresa inicial, le pedí al joven que me contase más detalles, lo típico de la consulta: desde cuándo te pasa, cómo te hicieron el diagnóstico, qué otros síntomas tienes, qué tal las digestiones, etc., etc.
— Uy, pues le pasa desde que tiene 18 años, desde hace cuatro años, todo empezó en su primer año de universidad. Primero le dio por los estornudos y los típicos mocos de las alergias de primavera, pero fue a peor, luego ya le dio alergia a los lácteos, después a los perros, a los perfumes, al marisco, al pescado, a la mayonesa y así, cada año, a más cosas. Todo mal…
La madre de mi paciente continuó hablando, explicándome las alergias de mi paciente y sus otros síntomas:
Sus dolores de cabeza.
Su acné.
Su sobrepeso.
… y otros mas que no recuerdo y uno último que recuerdo muy bien:
El olor, la consistencia y la frecuencia de sus heces (las heces de mi paciente, no las de de su madre).
Bueno… a ver, nada del otro mundo.
Quizá hasta te es fácil imaginarte la situación, porque ¿quién no ha conocido a una madre “pesada”? Tengo un amigo que con doce o trece años escribió su primer y único “libro”: “Cómo matar a una madre pesada”, él, entiende esta situación perfectamente.
Yo también entendí, mientras me preguntaba si la nutrición iba a funcionar con el chaval.
Finalicé la entrevista sin hacer la pregunta del estrés.
Aunque es algo que siempre pregunto en la consulta de nutrición, ese día, decidí no preguntarle a mi paciente por su estrés.
Le di un plan nutricional y volvió a consulta, con su madre, a las tres semanas…
— Sí, sí, he mejorado porque…— empezó a contarme tímidamente mi paciente, pero su madre no pudo resistirse, le interrumpió y me siguió contando:
— Yo le veo que ha mejorado, además está más delgado y se le está quitando el acné y el otro día…
Esta vez interrumpí yo:
— Perdón, no me he explicado bien, me alegra mucho que haya mejorado tantos síntomas, pero ¿ha mejorado concretamente la alergia?
La cara del chaval me sirvió de respuesta: no.
Modifiqué el plan nutricional y le sumé un suplemento… pero me vi en un callejón sin salida:
No podía decirle al chaval que la alergia no se iba a ir sin gestionar el estrés o el dolor emocional activo.
Y no se lo podía decir porque si el estrés o el dolor emocional activo era su madre, pues no se lo iba a decir delante de ella.
Y si el dolor activo era otra cosa, pues tampoco se lo iba a decir delante de ella.
De todas formas, probé hacerlo:
— Oye, ¿tienes mucho estrés? ¿O hay algo que te lo haya hecho pasar muy mal? ¿Quizá algo que te haya pasado hace cuatro años?
El chaval se puso pálido.
La madre respondió: “no”.
Y el chaval repitió, bajito, “no”, mientras se encogía un poco.