Shivananda me inspiró mucho antes de conocerle, gracias a un libro de Ramiro Calle. Ese libro me llevó a India y mi vida dio un giro.
Además de poner la foto de este hombre en la contraportada de su libro, Ramiro, explicaba cómo encontrarle: en Benarés, sentado frente al Ganges, cerca de la zona de las cremaciones, el único sadhu al que se podía oír hablar en español.
Las instrucciones me parecieron lo suficientemente precisas y me fui a India.
Obviamente no lo pensé demasiado bien.
Llegué a Benarés, una ciudad de 2 millones de habitantes, libro en mano, e ingenuamente convencida de que iba a encontrar a ese hombre santo en el Ganges, un hombre del que sólo había leído.
A la semana de haber recorrido infructuosamente las escaleras del Ganges de arriba a abajo, de derecha a izquierda, preguntando en cada rincón si alguien conocía al Spanish baba (no porque fuese español, sino porque hablaba español), me rendí.
A veces no hay nada mejor que rendirse para que la vida te ponga delante lo que tanto estabas deseando.
Y así, una tarde, en uno de mis paseos diarios Ganges-arriba-Ganges-abajo, se me acercó un hombre para venderme unos aceites, ya por costumbre y sin esperanza, le pregunté:
— I’m looking for the Spanish baba, spaaaaanishhh
— Spanish baba? Yes, yes, Babaji, spanish, spanish, come, come
Según me dijo esto echó a andar muy rápido dirección oeste, le seguí como pude por las laberínticas “calles” al lado del Ganges. Y detrás de un puesto de té, subiendo cuatro escalones, dimos a parar como a una pequeña terraza escondida.
Y sí, ahí estaba, el spanish baba, igualito al de la contraportada del libro de Ramiro Calle, y en frente suyo, una chica sonándose los mocos, con cara de haber llorado.
Este es — pensé emocionada — he encontrado al hombre santo.
El vendedor de aceites le saludó con una pequeña reverencia y le dijo algo en hindi, Babaji le tocó la cabeza y el hombre de los aceites se fue sonriéndome como si fuese el más feliz del mundo.
Luego, mi recién encontrado hombresanto, le dijo a la chica “tea?”, a lo que la chica le respondió con un “no, thanks” levantándose y lista para irse.
La chica me sonrió. Luego le sonrió a él. Hizo una pequeña reverencia al despedirse de Babaji y se fue.
Yo, clavada en mi sitio, me puse nerviosa.
¿Y ahora qué hago? ¿Reverencia? No ¿me siento? Sí, mejor me siento.
Me quedé callada, ni “hola”. No encontré ningún “Manual de conversación con hombre santo” en mi biblioteca mental.
— Tea?
— Yes, please, hi, hi, hello, hello, my name is Gabi… bla bla bla... Ramiro Calle… bla bla bla…
No recuerdo ni qué le dije, pero sé que mencioné a Ramiro Calle. Al oír el nombre de Ramiro reaccionó:
— Oh! ¿Ramiro? Ramiro, amigos para siempre, Ramiro, Ramiro y yo.
Mientras decía el nombre de Ramiro y la frase “amigos para siempre” se sonreía y se abrazaba, moviendo la cabecita de lado a lado. Su ternura fue calmante para mis nervios. Santo o no, ese hombre tenía la inocencia de un niño.
Acepté el té y le conté, ya en español, cuánto le busqué y él me explicó que en esa época del año ya no iba a las escaleras frente al Ganges porque allí pasaba frío.
Nos tomamos el té. Y mientras él me hablaba de sus amigos Pablo y Neneta, yo cavilaba en mi agitada cabezota cómo sacarle el mejor partido posible a las semanas que me quedaban en Benarés.
La mente no descansa ni disfruta, ni siquiera cuando toca descansar y disfrutar.
Tengo que aclarar que Babaji, aunque hablaba español, su español era “modo Tarzán”, por lo que la conversación que tuvimos fue, más o menos, así:
— ¿Tú? ¿ven mañana?
— ¡Sí! Me gustaría venir todos los días. Mañana, ¿puedo venir por la mañana?
— No, mejor tarde, tú tarde. A las cinco.
— ¿Puede ser antes? Es que a las cinco hago un cambio de hostal.
— No, no, tarde, tú tarde. ¿Mañana? a las cinco.
Pensé en Yoda y en otros maestros, todos del cine, claro, preguntándome si eso era una prueba.
Al pensar en Yoda, en el señor Miyagi y en otras películas, me monté mi propia peli:
A ver, este hombresanto es un maestro y, como todo maestro a su aprendiz, me está poniendo a prueba, está claro que tengo que buscarme la vida para estar aquí, puntual, mañana a las cinco.
Al despedirnos, Babaji volvió a insistir, sonriendo mucho:
— Tú ¿ven mañana? ¿a las cinco?.
— Sí, sí, mañana vengo.
— Pero mañana ¿a qué hora?
(¿Ves? — pensé — me está poniendo a prueba)
— A las cinco — respondí solemne
Mientras yo le respondía, él me soltó, entre risas, lo que estaba deseando decirme…
— ¡Por el culo te la hinco!. — estalló en carcajadas encantado con su rima — Tú ven cuando quieras, yo aquí tooooodo el día. Ja, ja, ja…
Dejé a Babaji secándose las lágrimas de risa mientras yo me iba con mi solemnidad atravesada, mi cerebro en shock y mi película completamente desmontada, incapaz de reír.
Durante el tiempo que pasé con él, Shivananda, me mostró que la risa se estaba pudriendo dentro de mi, que mi necesidad de control era tal que no era capaz de disfrutar de la sencillez y que mi mente calculadora me enfermaba y me separaba de mi misma, de la vida y de los demás.
Shivananda me curó a fuerza de chistes malos y de toda la ternura del universo.
Nos hicimos amigos para siempre y hoy, su luz, guía mi vida.